Memorias

Introducción

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Todos los que venimos a este mundo, tanto los seres humanos, como los animales irracionales, como las plantas, somos fruto de la sabia naturaleza y todos los humanos tenemos nuestra historia: algunos muy halagüeña y otros llena de dificultades o vicisitudes, como la mía, según la voy a describir. Pero, gracias a Dios, al cabo de 86 años, que es cuando escribo esta historia, las he superado todas, pues ni nunca he tenido millones de pesetas ni nunca me ha hecho falta dinero, pues siempre he tenido el necesario; y ni tampoco nunca he estado enfermo en cama, salvo algún catarro pasajero.

Casa natal de Nicasio, Vega de Nuez

Empezaré por decir que nací en el pueblo de Vega de Nuez, Ayuntamiento de Viñas, Partido de Alcañices, Provincia de Zamora, el día 14 de diciembre del año de 1901, sobre las 10 de la noche. Y como el cura párroco del pueblo, D. Tomás Porras, tenía la costumbre de a los que bautizaba ponerles el nombre del santoral del día, a mí me pusieron Nicasio mis padres Fabián Casas y mi madre Juana Diez; ésta última descendía de San Cristóbal, pues mi abuelo por vía materna se llamaba Santos Diez y mi abuela Dominga Lorenzo, naturales de San Cristóbal, donde aún viven muchos descendientes hoy de estas dos familias. Fuimos cinco hermanos: Dionisio el primero; Jorja (ésta siempre la conocí enferma); le seguía Victoria, después Nicasio y, por último, José. Mi abuela por parte de mi padre era de Figueruela de Arriba; se llamaba Rosa Pérez y, por más detalles, era prima de Genara Pérez, mujer de Esteban Barahona. Y mi abuelo, Martín Casas, era de Vega.

Nuestros padres eran labradores y así como heredaron bienes (tierras) también heredaron males (deudas), que éstas nos traían por la calle de la amargura, pues el poco pan que cosechábamos venían los acreedores y nos lo llevaban para pagar los intereses de la deuda; luego había que comprar otro y no había con qué y mi madre lloraba y yo sufría tanto como ella y aunque yo estaba sin criar a los 14 años no cumplidos, decidí marchar para Cuba con el fin de quitar esa deuda […], pues aunque teníamos cabriada, que Victoria siempre andaba con ella, un castrón sólo valía unas 12 pesetas y un ternero 20 duros; por lo tanto, la deuda seguía en pie.

He dejado atrás la descripción de mi niñez y adolescencia y, como me encuentro con todas mis facultades tanto físicas como mentales bien claras, pues me recuerdo de lo más mínimo, aunque de mi niñez sólo me recuerdo de cuando hubo que entregar una hospiciana que se llamaba Bernarda, pues, de no entregarla, mis padres tenían que adoptarla y ya era como de 6 años, que al despedirse lloraba como una perdida. Como se puede pensar, mis padres, a parte de criarnos a nosotros, sacaban niños del Hospicio[..], y después tuvieron otra que se llamaba Fermina y de ésta no me recuerdo de nada más que de hacerle jueguitos.

Como entonces no había escuela en Vega, había que ir a San Blas. Yo no fui gran cosa a la escuela, porque cuando llegué a valer para algo tenía que ir con Victoria con las cabras en la primavera, pues los chivos se quedaban a la sombra de las jaras, y otras veces con las vacas. Recuerdo mucho que, el día que iba a la escuela, mi madre, aunque comía el caldo en casa, me daba merienda, pero quizá ésta la comía antes de la clase de la tarde y yo veía cómo las chicas y los chicos de San Blas, cuando sus padres hacían pan, salían para la plaza con sus bollas (empanadas) y yo los envidiaba.

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El viaje para Cuba

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Aunque fui poco a la escuela, sí aprendí algo a leer y escribir y las cuatro reglas, que para mi vida en Cuba me valieron mucho. Recuerdo que en mi compañía en el viaje a Cuba también iba Benito Fernández, vecino mío, y Ambrosio Ramos, como Agustín Ramos, de San Blas.

Antes de profundizar más en marchada del viaje para Cuba quiero detallar otros datos. Como ya dije al principio, mi hermana Jorja siempre estuvo enferma creo de herpes o escrófulas. Aunque sin medios, mis padres harían todo lo posible por ella. En su consecuencia, hicieron mi padre y ella un viaje a la Virgen de Lourdes a Francia para implorar la salud ante la Virgen y de allí trajeron Tierra Santa, yo la ví. Durante el viaje le contaron a mi padre que un señor también fue a implorar por la salud a la Virgen y, como corresponde, le dio a la Virgen unas monedas de limosna. Al regresar a casa se lo dijo a su mujer y ésta lo riñó por la limosna que le había dado; el hombre, como a lo hecho ya no había remedio, se humilló: a la noche, al desnudarse la mujer para acostarse, le aparecieron en el seno las mismas monedas que su marido le había dado de limosna a la Virgen. Esto quiere decir que la Virgen no acepta limosnas que no se le den con buena fe y buena voluntad (esto se lo contó mi padre a mi madre).

El viaje sigue

Como en noviembre del año 1914 no había medios en que viajar, un coche de caballos hacía el correo de Alcañices a Zamora, que salía de unas cocheras que estaban detrás de la Iglesia de la Salud de Alcañices -lugar que visito siempre que voy a Alcañices para hacer memoria de mi viaje a Cuba; y ya montados en el coche tanto Benito como yo, lo que menos me acordaba yo era de despedirme de mi padre, hasta que me dijo: -Adios, hijo, adiós-. Estos momentos están y estarán grabados siempre en mi mente.

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«Detrás de la Iglesia de la Salud…»

Hicimos noche en Ricobayo en el mesón de un tal Faustino y dormimos en el suelo. Al día siguiente llegamos a Zamora y allí nos reunimos todos: los de Vega, los de San Blas y los de Viñas, que tomamos el tren para Vigo, donde pude ver el río Miño, que va paralelo al ferrocarril. En Vigo estuvimos varios días esperando el barco, que era un barco francés llamado «Québec«. Me recuerdo que a la fonda le pagué en monedas de oro y aún llevé algunas para Cuba.

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El vapor Quebec

Hicimos la travesía en el barco siempre cerca de las costas y con las luces apagadas de noche, pues como estábamos en plena guerra europea y como Francia estaba contra Alemania había miedo a los submarinos alemanes. Llegamos a San Juan de Puerto Rico y allí el barco cargó carbón y yo compré unas naranjas a los que se arrimaban al barco. Luego tocamos en Puerto Príncipe, capital de Haití.

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En Cuba

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Desembarcamos en Santiago de Cuba y allí nos contrató un contratista del Central Preston, que está en la Bahía de Antilla, y fuimos para el departamento de Guaro a cortar caña. Una vez en el corte, ya cortando caña, pues yo no podía ni con la mocha (ésta era el machete de cortar la caña), se presentó un señor montado en un caballo solicitando entre los que éramos un muchacho para un Café y como yo era el más ruin de todos opinaron que fuera yo.

En aquel Café o Bar me pagaban 30 pesos al mes y allí estuve 4 años. Cuántas veces pienso que aquello fue mi salvación, pues allí me acabé de criar. Con lo que ganaba, le iba mandando a mis padres lo que podía para pagar la deuda y como España era neutral en la guerra europea, esta moneda valía más que la americana y había que pagar prima en los giros que mandaba.

En Vega estaba entonces el cura que era de Losacio de Alba, D. Manuel Matellán Vara, del que yo era monaguillo. Este cura fundó la Congregación de las Hijas de María como también la Congregación del Sagrado Corazón, del que yo era socio, dándome un escapulario, el que yo al venir para Cuba mi madre me metió en la maleta y al vérmelo, muchos me avergonzaban. Yo entonces le quité la parte trasera y la estampa la guardé entre las hojas de una libreta que guardo en casa, no sin haber escrito en sus pastas el contenido de la imagen que venero, pues me haya ido bien o mal durante mi vida, me ha acompañado siempre y quiero que sea una joya histórica para que mis descendientes la sigan venerando, pues no dejo de tomar en cuenta cosas que me han pasado sobrenaturales que no son para anotarlas aquí.

Después de pasar 4 años en Guaro, fui para otro pueblo que se llamaba Cueto, y después para otro que se llama Herrera, rodeado de campos de caña. En aquella tienda tenía mucho trabajo, pues era tienda, fonda y billar. Éramos yo y otro, un puertorriqueño que se llamaba F. Tanto era el trabajo, que a veces tenía que irme para los servicios para descansar un poco, y yo tenía entonces 19 años. Allí estuve unos tres meses. El dueño era un cubano, pero educado en Filadelfia, Estados Unidos. Supongo que notaba que lo robaban y la culpa me la echó a mí (yo nunca le robé un céntimo a nadie) y me echó de la casa, quedando solo el tal F.

Fui a trabajar a una cuadrilla de reparación de vías de ferrocarril, donde trabajábamos en monte cerrado, que sólo la vía atravesaba aquel monte, y tanto mosquito había que teníamos que trabajar con guantes en las manos y caretas, y cuando los trenes pasaban los maquinistas abrían cerca de la cuadrilla los grifos de humo de las máquinas, pero éste duraba poco rato, y como vivíamos en vagones viejos del ferrocarril, pues la cuadrilla era ambulante, para dormir teníamos que quemar azufre para matar los mosquitos.

Como quiera que me quedaba cerca el amo de la tienda donde había trabajado, pues no he dicho que no me pagó diciéndome que ya le había robado bastante, y me debía tres meses, yo le iba a pedir que me pagara pero nunca lo logré. Entonces pensé en meterlo en el Juzgado y tenía que ir a Mayarí, donde estaba el Juzgado. En Mayarí vivía un hermano de la mujer de mi amo, que era Capitán del Ejército, que me conocía mucho y yo hacía de niñero con sus hijos cuando iban a Guaro a pasar temporadas.

En Antilla embarqué en una motonave que hacía el servicio hasta Felton, pueblo éste en el que hay unas minas de hierro de una marquesa española. Allí me acosté encima de unas tablas hasta que vino el día para seguir por tierra hasta Mayarí, donde me vi con el Capitán Ramírez, que así se apellidaba, y le conté mi caso. Fuimos a un Mandatario Judicial y se escribió la demanda contra el señor C. A., que así se llamaba el dueño de la tienda donde había trabajado y se entregó en el Juzgado, citando el juicio para el viernes de la semana. Yo no sé que día de la semana sería cuando se entregó la demanda, pero que a mí no me reportaba marchar, pero se me acabó el dinero y tuve que pedirle auxilio al fondero donde paraba. El día del juicio me personé en el Juzgado, y como no se iba a celebrar el juicio, me dieron una carta para el señor C. A.

Como conocía el terreno y no tenía dinero para el viaje, pues ya había ido en otra ocasión a Mayarí con la señora del Capitán en plena guerra «La Chambelona«, que en el camino encontramos un hombre muerto el cual ya tenía los bolsillos del pantalón revueltos para fuera. Emprendí el camino a pie atravesando cañaverales hasta que llegué a Guaro, donde estaba Agustín Ramos, de San Blas, colocado en una fonda donde me mató el hambre que llevaba, que era mucha. Al fondero que me auxilió le quedé a deber 3 pesos, los que tuve metidos en una carta para mandárselos, pero ante el temor de perderse no se los mandé; y me acuso de esa única deuda que debo.

Al llegar a Herrera le entregué al señor C. A. la carta del Juzgado de Mayarí (pueblo éste donde nació Fidel Castro, actual gobernante de Cuba) y enseguida me pagó. Como ya he dicho, F., mi compañero, al marchar yo de la casa, se quedó como jefe, pero se hablaba que en el juego perdía cantidades de dinero que no estaban a su alcance y las robaba de la tienda y fue cuando se descubrió quién era el ladrón.

Yo seguí trabajando en la cuadrilla ambulante de vías hasta que se apoderaron de mí las fiebres palúdicas, que a cada poco siempre estaba en el hospital de la Compañía, y cuando volvía para la cuadrilla sólo valía para darle agua a la gente, hasta que por fin me emplearon de Sereno en la Clínica donde me hospitalizaba en Santiago de Cuba, en la que estuve empleado después en dos bares de camarero, oficio éste que sí tenía práctica

En el año 1921 fue a verme desde Nueva York mi hermano Dionisio, con tan mala suerte que al desembarcar en la Habana depositó algún dinero en el Banco Nacional de Cuba como mayor garantía. Mismo al día siguiente, por haber bajado mucho el azúcar, casi todos los bancos quebraron, entre ellos el Banco Nacional y el Banco Español de la Isla de Cuba, donde yo tenía 300 pesos que aún duermen por allá. Mi hermano vino a España, se casó y volvió para Canadá y allí puso la libreta en manos del Royal Bank of Canada y recuperó el dinero que había depositado en Cuba en el Banco Nacional.

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La Habana, 1900-1915

Con la quiebra de los bancos la situación se puso malísima. No había trabajo ni casi qué comer. Yo anduve buscando trabajo por muchos sitios y por fin vine para el Central Vertientes, que estaba en construcción y allá lo encontré y en todas las bases de las columnas del ingenio tengo yo parte de trabajo, pues entonces no había, como hoy, máquinas hormigoneras: el hormigón había que hacerlo a mano. En ese Vertientes conocí a un padre y un hijo que nos hicimos muy buenos amigos y eran de Cubo del Vino, de la provincia de Zamora y no he vuelto a saber de ellos. Uno de ellos se llamaba Arturo Zambrano.

Como también anduve en la construcción del ferrocaril de Camagüey a Santa Cruz del Sur, conocí el poblado de Aguilar, el que más tarde sería mi morada y el principio de mi vida comercial. Aquella zona sí prometía, pero a largo plazo. Había que tumbar los montes para plantar caña, pero no se hacía y de momento no había negocio, que la buena administración y la economía, que han sido y son la base del bienestar, me libraron de la ruina; y al principio sólo tenía bar y luego puse comestibles y entonces cambiaron las cosas para bien, pues yo era el único comerciante por allí. Tenía conmigo un primo mío que se llamaba Cipriano; después se me presentó allí mi cuñado Esteban, éste se puso a trabajar en un aserradero que había allí y con el tiempo también lo metí en casa, y cuando Esteban vino para España volví a meter a Cipriano.

Me puse enfermo, no enfermedad inferior, pues aunque molesté mucho a los médicos, pues yo era socio de la Colonia Española, éstos nunca supieron mi enfermedad. Viéndome tan imposibilitado, llamé por mi hermano José para hacerse cargo del comercio para yo venir a España para ver si aquí hallaba la salud. A José lo estuve enseñando 9 meses y como seguía lo mismo decidí venir no sin antes, y ante notario, hacerle poder para que en mi nombre ejerciera el comercio, y haciéndolo socio mío […].

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Vuelta a casa

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Hice la travesía del mar en el barco «Espagne«, de mucho lujo, en Primera Clase: siempre casi con fiebre. Llegamos a La Coruña el día 23 de agosto de 1930. Recuerdo que compré unas uvas blancas a los que se arrimaban al barco para venderlas. Ya en el muelle, un galleguito se ofreció a llevarme la maleta hasta la posada en la Plaza de María Pita y al pagarle le dí una moneda de cincuenta centavos americana y entonces me dijo: -esta monediña e mu pouco- y seguramente le daría algo más.

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El vapor Espagne

Como seguía con la fiebre, comí dos sardinas y me acosté. Al día siguiente tomé el tren y llegué a Zamora ya de noche. Me hospedé en la Posada Los Momos, hoy Palacio de Justicia. Llegué a Alcañices y dormí en casa de mi tía Cesárea, hermana de mi madre. Al día siguiente cogí el camino para Vega; muy mal me fue: primero porque caminaba con dificultad y luego el calor de agosto, pues tenía a cada poco que pararme a la sombra de cualquier jara hasta que me alcanzó la tí Andrea que venía de Alcañices y al decirle quién era monté en su burrica y me trajo hasta el Poyo. Seguí caminando hasta el prado de ?erín, donde tantas veces había yo ido con las vacas y allí, a la sombra de unos fresnos, estuve hasta la caída del sol, pues mi madre no me esperaba y vaya susto que le di. Y me fijé que Lucía tendría unos tres o cuatro años.

A lo largo de este medio tiempo, Dionisio ya había ido a casa antes de casarse y había acabado de pagar la deuda que había y les compró algunas sacas de harina. Después ya todo sobraba, como también habían muerto nuestra hermana Jorja y nuestro padre. A los pocos días de mi llegada dijimos a nuestro vecino, el tí Marcos, que era herrero y algo curandero, lo de mi enfermedad. Encima de una manta me tendí en el suelo sin camisa, y al verme enseguida me puso la mano en la columna y dijo: -aquí está el mal-. Lo que tantos y tantos médicos como me vieron no pudieron averiguar. El tí Marcos me dio unos tirones de piel y me puso unas ventosas y también me puso una bilma de pez y a los 10 días otra bilma y gracias a él cuento el cuento, pues era una simple cosa: un tendón montado encima de otro que con los tirones de piel que me hizo volvió a su sitio.

En Vega estuve tres años sin saber qué hacer de mi vida y mi intención era casarme, pero en el pueblo no había cosas como yo las quería para llevar para Cuba y por otra parte, según me decía José, aquel país se puso muy malo, que hasta la gente se moría de hambre. Martín, el que fue mi fiel compañero, ya también había venido de Cuba. Un día, hablando entre los dos, me dijo que se volvía a marchar para el extranjero[…]. Ya mi madre me había dicho que me casara y me quedara por aquí, pues en Nuez no había comercios y era un pueblo grande, pues sólo iba Mariano Ramajo de San Blas dos veces a la semana a matar carne. Hablamos entre Martín y yo lo que mi madre me había dicho y un día de enero marchamos ribera abajo y fuimos a ver cómo era Nuez.

La primera casa en Nuez

Como no conocíamos a nadie más que al tí Basilio, que iba a Vega a llevar calzado, a él nos dirijimos. Nos dio mucho ánimo, pero nos dijo que aquel pueblo se comía a todos los comerciantes que se ponían. Vimos la casa donde establecernos, que de momento valía, y acordamos poner allí el comercio. Como yo entendía o entiendo algo de carpintero, compramos madera e hicimos estanterías, lo necesario para acomodar la mercancía y en febrero del año 1933 abrimos la tienda. Yo contaba con unas 15 mil pesetas y Martín con unas 4 mil. No era mucho dinero, pero en aquellos tiempos sí era bastante para empezar. Como Martín no había hecho el servicio militar, me lo llevaron para Ceuta. Mientras la mili de Martín, me acompañó su padre, como también era tío mío, Antonio Rodríguez, que fue carabinero, al haberse casado con una tía hermana mía, hermana de mi padre, que se llamaba Catalina, que murió de parto. Comíamos desde el principio en casa del tí Gabino, que también había sido carabinero, pues tanto el señor Gabino como su señora, la señora Petra, eran buenos en toda la extensión de la palabra.

Al regresar de la mili Martín, compramos un caballo y un carro y uno nos dedicábamos a la venta de telas ambulante por los pueblos y el otro en casa, y como ambos éramos personas honradas las cosas marchaban bien. En este medio tiempo estalló la Guerra Civil, que empezaron a escasear los géneros, pues llegó el momento que no había qué vender, pues la guerra fue la que nos separó. Al hacer la separación, Martín se llevó en mercancía lo que le pertenecía. Como quiera que tenía una tía, la tí Dominga, que tuvo un hijo llamado Pablo, y al verse sola le dijo a Martín: -hazte cargo de mí y de mi capital-, y Martín así lo hizo.

La Fuente Grande (Nuez de Aliste)

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La familia

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Yo me casé a los 35 años y nunca Dios me pudo haber dado mejor compañera en todos los órdenes. Ya casados, el padre de Rosa no tardó en darnos los bienes. Esto fue en el año 1935, que fue cuando nos casamos. Sin posibilidades, empecé a construir la casa donde está el comercio; pagué las jornadas de los albañiles a 8 pesetas y a los peones a 5. Las piedras de las ventanas de cantería costaron a 15 duros y la entrada por donde se entraba primero, 125 pesetas.

La primera casa en Nuez

No tardó Rosa en quedar embarazada y aún no se había acabado de hacer la casa y dio a luz en la casa donde estaba el comercio. Rosa estuvo en el paso del parto tres días y tres noches sin dar a luz; ya todo lo considerábamos perdido, tanto ella como los que la acompañábamos, que todos estábamos extenuados, hasta que una inyección vino a salvar todo y por fin el día 10 de febrero vino al mundo el que hoy se llama Jacinto Manuel Casas Rodríguez. Al año vino Basilio, después Brígida y por último Juanita, pues todos vinieron con toda felicidad. Aún no estaba la casa acabada de hacer, pero hice una habitación improvisada y bajamos para abajo; esto fue en febrero de 1936.

Con motivo de la guerra huyeron de Madrid, donde tenían un bar, María, que le llamábamos la madrileña y su esposo Salvador, éste andaluz. Y como no tenían recursos, a título de sobrinos del abuelo Basilio, estuvieron en casa más de un año, hasta que se marcharon para Trabazos y allí se dedicaron a vender hilos y quincalla que me compraban. Murió María y Salvador, al verse solo, también marchó para Córdoba[…].

La segunda casa en Nuez (a la izquierda), donde estuvo definitivamente el comercio

Debido a los tan fuertes partos que tuvo Rosa, tuvo un desbarajuste en sus órganos maternales y le venían hemorragias que eran un gran peligro para su vida. Consultado el caso con un Dr. de Zamora, dijo que tenía descenso de matriz y que tendría que ser operada y se sometió a la operación. Ya en el quirófano y con las manos en la masa, se presentó en el quirófano un cazador hablando de la caza que en un momento de distracción el operador le perforó la vejiga a Rosa, y aquí empezó el calvario que durante 5 años hubo que andar de hospital en hospital. Luego, el Dr. la volvió a operar para corregirle lo de la vejiga, pero no hubo éxito. Así las cosas, en casa, como no contenía la orina, usaba a diario una cantidad indeterminada de paños higiénicos y una lavandera, que en este caso era Agustina, la de María de Eusebio. Como había que buscarle solución a este mal, marchamos a Madrid, que en el tren nos acompañó sin saberlo Tomás Manzanas, de Trabazos, que hizo mucho por nosotros, que como militaba en Madrid lo sabía todo y nos llevó al Hospital San Carlos, pero allí no había camas y nos llevaron a una maternidad en la calle Mesón de Paredes y allí volvieron a operar, pero tampoco hubo éxito. Como puede pensarse, la casa quedó cerrada. Manolo en Zamora y los demás niños con las otras familias, menos Juanita, que por ser la más pequeña estaba en San Martín con María de Eusebio, que siempre fue una madraza para mis hijos.

En aquellos tiempos, la vida en Madrid era muy barata. Se podía comer por 20 pesetas en fondas corrientes, como en la que yo paraba. La cama valía 5 pesetas y por menos había. Como Rosa en la Maternidad de Mesón de Paredes estuvo una buena temporada, yo vine al pueblo y me encontré con la casa llena de agua. Vi a las hijas y no tardé en volver para Madrid. Como las pruebas que le hicieron a Rosa no dieron resultado, la llevaron a otra Maternidad que había en la calle Goya. Después de varios días allí, la operaron y como yo no sabía nada, andaba por allí Félix Méndez, de Nuez, y yo volví al pueblo el día antes de operarla y dejé encargado a Félix por si Rosa necesitaba algo. Como Félix estaba allí al operarla, resulta que necesitaban penicilina y no la había. Félix la buscó por todas las farmacias y no la encontró, hasta que le dijeron que en tal farmacia en Carabanchel podía haberla y mi Félix allí se desplazó y la adquirió. Dios lo bendiga, pues acciones como esta nunca se pagan. La operó el Dr. D. Manuel de Mendizábal y gracias a Dios tuvo éxito. Convaleciente de la operación, vinimos para casa y fuimos por San Martín para recoger a Juanita, que estaba con María, y allí dormimos.

Pasaron más de 10 años hasta que Rosa murió en Zamora casi sin saber de qué, el 27 de julio de 1959. Murió con sus hijos en la boca, pues su última palabra fue: MIS NIÑOS. Manolo en aquellos momentos estaba cumpliendo la mili en Montelarreina.

Rosa y Nicasio

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El comercio

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Nuez, en el año de 1933, tenía 700 personas. Había familias acomodadas, pero muchas más pobres y sin recursos y con muchos hijos. Como yo era el único comerciante del pueblo, tenía que afrontar todo. Tenía que fiar, no por vender, sino por aliviar sus necesidades (que nunca me fueron agradecidas), pues ayudé a criar muchos hijos de muchas familias que aún viven hoy y que por prudencia no diré quiénes son. Como vendía la mercancía sin cobrarla, me veía apurado con las letras y las facturas y, por no perder mi crédito, tenía que pedir dinero a las familias, como también a la familia de Martín, que ya mencioné, como al tí Bernardo Páez, que ese era mi banco, que Dios lo tenga en el Cielo. El fiar me acarreó muchos disgustos, pues si no hubiera fiado no los hubiera tenido. Como ya dije que no me lo agradecieron, cuando la gente empezó a tener dinero, pues cobraban por los niños y pensiones, ya no se acordaban de Nicasio, esperaban que vinieran vendedores al pueblo, aunque en casa había de todo.

Andando el tiempo y ya los hijos mayores y casados y después de haber vencido tantas y tantas dificultades como se ve tuve en la vida, decidí darle los bienes a los hijos repartiéndoles las tierras y el comercio, dándoles a cada uno 100.000 pesetas. Yo, desde entonces, ando a temporadas de unos hijos para otros, sin que me limiten el tiempo ni falte nada de nada, pues no saben dónde ponerme para que esté mejor y al yo cobrar mi pensión no dejo de aportar en lo que está a mi alcance el tiempo que les acompaño.

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Nota: Nicasio Casas Diez falleció en Nuez de Aliste el día 11 de junio de 1992, a los 90 años de edad.

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