En Cuba

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Desembarcamos en Santiago de Cuba y allí nos contrató un contratista del Central Preston, que está en la Bahía de Antilla, y fuimos para el departamento de Guaro a cortar caña. Una vez en el corte, ya cortando caña, pues yo no podía ni con la mocha (ésta era el machete de cortar la caña), se presentó un señor montado en un caballo solicitando entre los que éramos un muchacho para un Café y como yo era el más ruin de todos opinaron que fuera yo.

En aquel Café o Bar me pagaban 30 pesos al mes y allí estuve 4 años. Cuántas veces pienso que aquello fue mi salvación, pues allí me acabé de criar. Con lo que ganaba, le iba mandando a mis padres lo que podía para pagar la deuda y como España era neutral en la guerra europea, esta moneda valía más que la americana y había que pagar prima en los giros que mandaba.

En Vega estaba entonces el cura que era de Losacio de Alba, D. Manuel Matellán Vara, del que yo era monaguillo. Este cura fundó la Congregación de las Hijas de María como también la Congregación del Sagrado Corazón, del que yo era socio, dándome un escapulario, el que yo al venir para Cuba mi madre me metió en la maleta y al vérmelo, muchos me avergonzaban. Yo entonces le quité la parte trasera y la estampa la guardé entre las hojas de una libreta que guardo en casa, no sin haber escrito en sus pastas el contenido de la imagen que venero, pues me haya ido bien o mal durante mi vida, me ha acompañado siempre y quiero que sea una joya histórica para que mis descendientes la sigan venerando, pues no dejo de tomar en cuenta cosas que me han pasado sobrenaturales que no son para anotarlas aquí.

Después de pasar 4 años en Guaro, fui para otro pueblo que se llamaba Cueto, y después para otro que se llama Herrera, rodeado de campos de caña. En aquella tienda tenía mucho trabajo, pues era tienda, fonda y billar. Éramos yo y otro, un puertorriqueño que se llamaba F. Tanto era el trabajo, que a veces tenía que irme para los servicios para descansar un poco, y yo tenía entonces 19 años. Allí estuve unos tres meses. El dueño era un cubano, pero educado en Filadelfia, Estados Unidos. Supongo que notaba que lo robaban y la culpa me la echó a mí (yo nunca le robé un céntimo a nadie) y me echó de la casa, quedando solo el tal F.

Fui a trabajar a una cuadrilla de reparación de vías de ferrocarril, donde trabajábamos en monte cerrado, que sólo la vía atravesaba aquel monte, y tanto mosquito había que teníamos que trabajar con guantes en las manos y caretas, y cuando los trenes pasaban los maquinistas abrían cerca de la cuadrilla los grifos de humo de las máquinas, pero éste duraba poco rato, y como vivíamos en vagones viejos del ferrocarril, pues la cuadrilla era ambulante, para dormir teníamos que quemar azufre para matar los mosquitos.

Como quiera que me quedaba cerca el amo de la tienda donde había trabajado, pues no he dicho que no me pagó diciéndome que ya le había robado bastante, y me debía tres meses, yo le iba a pedir que me pagara pero nunca lo logré. Entonces pensé en meterlo en el Juzgado y tenía que ir a Mayarí, donde estaba el Juzgado. En Mayarí vivía un hermano de la mujer de mi amo, que era Capitán del Ejército, que me conocía mucho y yo hacía de niñero con sus hijos cuando iban a Guaro a pasar temporadas.

En Antilla embarqué en una motonave que hacía el servicio hasta Felton, pueblo éste en el que hay unas minas de hierro de una marquesa española. Allí me acosté encima de unas tablas hasta que vino el día para seguir por tierra hasta Mayarí, donde me vi con el Capitán Ramírez, que así se apellidaba, y le conté mi caso. Fuimos a un Mandatario Judicial y se escribió la demanda contra el señor C. A., que así se llamaba el dueño de la tienda donde había trabajado y se entregó en el Juzgado, citando el juicio para el viernes de la semana. Yo no sé que día de la semana sería cuando se entregó la demanda, pero que a mí no me reportaba marchar, pero se me acabó el dinero y tuve que pedirle auxilio al fondero donde paraba. El día del juicio me personé en el Juzgado, y como no se iba a celebrar el juicio, me dieron una carta para el señor C. A.

Como conocía el terreno y no tenía dinero para el viaje, pues ya había ido en otra ocasión a Mayarí con la señora del Capitán en plena guerra «La Chambelona«, que en el camino encontramos un hombre muerto el cual ya tenía los bolsillos del pantalón revueltos para fuera. Emprendí el camino a pie atravesando cañaverales hasta que llegué a Guaro, donde estaba Agustín Ramos, de San Blas, colocado en una fonda donde me mató el hambre que llevaba, que era mucha. Al fondero que me auxilió le quedé a deber 3 pesos, los que tuve metidos en una carta para mandárselos, pero ante el temor de perderse no se los mandé; y me acuso de esa única deuda que debo.

Al llegar a Herrera le entregué al señor C. A. la carta del Juzgado de Mayarí (pueblo éste donde nació Fidel Castro, actual gobernante de Cuba) y enseguida me pagó. Como ya he dicho, F., mi compañero, al marchar yo de la casa, se quedó como jefe, pero se hablaba que en el juego perdía cantidades de dinero que no estaban a su alcance y las robaba de la tienda y fue cuando se descubrió quién era el ladrón.

Yo seguí trabajando en la cuadrilla ambulante de vías hasta que se apoderaron de mí las fiebres palúdicas, que a cada poco siempre estaba en el hospital de la Compañía, y cuando volvía para la cuadrilla sólo valía para darle agua a la gente, hasta que por fin me emplearon de Sereno en la Clínica donde me hospitalizaba en Santiago de Cuba, en la que estuve empleado después en dos bares de camarero, oficio éste que sí tenía práctica

En el año 1921 fue a verme desde Nueva York mi hermano Dionisio, con tan mala suerte que al desembarcar en la Habana depositó algún dinero en el Banco Nacional de Cuba como mayor garantía. Mismo al día siguiente, por haber bajado mucho el azúcar, casi todos los bancos quebraron, entre ellos el Banco Nacional y el Banco Español de la Isla de Cuba, donde yo tenía 300 pesos que aún duermen por allá. Mi hermano vino a España, se casó y volvió para Canadá y allí puso la libreta en manos del Royal Bank of Canada y recuperó el dinero que había depositado en Cuba en el Banco Nacional.

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La Habana, 1900-1915

Con la quiebra de los bancos la situación se puso malísima. No había trabajo ni casi qué comer. Yo anduve buscando trabajo por muchos sitios y por fin vine para el Central Vertientes, que estaba en construcción y allá lo encontré y en todas las bases de las columnas del ingenio tengo yo parte de trabajo, pues entonces no había, como hoy, máquinas hormigoneras: el hormigón había que hacerlo a mano. En ese Vertientes conocí a un padre y un hijo que nos hicimos muy buenos amigos y eran de Cubo del Vino, de la provincia de Zamora y no he vuelto a saber de ellos. Uno de ellos se llamaba Arturo Zambrano.

Como también anduve en la construcción del ferrocaril de Camagüey a Santa Cruz del Sur, conocí el poblado de Aguilar, el que más tarde sería mi morada y el principio de mi vida comercial. Aquella zona sí prometía, pero a largo plazo. Había que tumbar los montes para plantar caña, pero no se hacía y de momento no había negocio, que la buena administración y la economía, que han sido y son la base del bienestar, me libraron de la ruina; y al principio sólo tenía bar y luego puse comestibles y entonces cambiaron las cosas para bien, pues yo era el único comerciante por allí. Tenía conmigo un primo mío que se llamaba Cipriano; después se me presentó allí mi cuñado Esteban, éste se puso a trabajar en un aserradero que había allí y con el tiempo también lo metí en casa, y cuando Esteban vino para España volví a meter a Cipriano.

Me puse enfermo, no enfermedad inferior, pues aunque molesté mucho a los médicos, pues yo era socio de la Colonia Española, éstos nunca supieron mi enfermedad. Viéndome tan imposibilitado, llamé por mi hermano José para hacerse cargo del comercio para yo venir a España para ver si aquí hallaba la salud. A José lo estuve enseñando 9 meses y como seguía lo mismo decidí venir no sin antes, y ante notario, hacerle poder para que en mi nombre ejerciera el comercio, y haciéndolo socio mío […].

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