Aunque fui poco a la escuela, sí aprendí algo a leer y escribir y las cuatro reglas, que para mi vida en Cuba me valieron mucho. Recuerdo que en mi compañía en el viaje a Cuba también iba Benito Fernández, vecino mío, y Ambrosio Ramos, como Agustín Ramos, de San Blas.
Antes de profundizar más en marchada del viaje para Cuba quiero detallar otros datos. Como ya dije al principio, mi hermana Jorja siempre estuvo enferma creo de herpes o escrófulas. Aunque sin medios, mis padres harían todo lo posible por ella. En su consecuencia, hicieron mi padre y ella un viaje a la Virgen de Lourdes a Francia para implorar la salud ante la Virgen y de allí trajeron Tierra Santa, yo la ví. Durante el viaje le contaron a mi padre que un señor también fue a implorar por la salud a la Virgen y, como corresponde, le dio a la Virgen unas monedas de limosna. Al regresar a casa se lo dijo a su mujer y ésta lo riñó por la limosna que le había dado; el hombre, como a lo hecho ya no había remedio, se humilló: a la noche, al desnudarse la mujer para acostarse, le aparecieron en el seno las mismas monedas que su marido le había dado de limosna a la Virgen. Esto quiere decir que la Virgen no acepta limosnas que no se le den con buena fe y buena voluntad (esto se lo contó mi padre a mi madre).
El viaje sigue
Como en noviembre del año 1914 no había medios en que viajar, un coche de caballos hacía el correo de Alcañices a Zamora, que salía de unas cocheras que estaban detrás de la Iglesia de la Salud de Alcañices -lugar que visito siempre que voy a Alcañices para hacer memoria de mi viaje a Cuba; y ya montados en el coche tanto Benito como yo, lo que menos me acordaba yo era de despedirme de mi padre, hasta que me dijo: -Adios, hijo, adiós-. Estos momentos están y estarán grabados siempre en mi mente.
«Detrás de la Iglesia de la Salud…»
Hicimos noche en Ricobayo en el mesón de un tal Faustino y dormimos en el suelo. Al día siguiente llegamos a Zamora y allí nos reunimos todos: los de Vega, los de San Blas y los de Viñas, que tomamos el tren para Vigo, donde pude ver el río Miño, que va paralelo al ferrocarril. En Vigo estuvimos varios días esperando el barco, que era un barco francés llamado «Québec«. Me recuerdo que a la fonda le pagué en monedas de oro y aún llevé algunas para Cuba.
El vapor Quebec
Hicimos la travesía en el barco siempre cerca de las costas y con las luces apagadas de noche, pues como estábamos en plena guerra europea y como Francia estaba contra Alemania había miedo a los submarinos alemanes. Llegamos a San Juan de Puerto Rico y allí el barco cargó carbón y yo compré unas naranjas a los que se arrimaban al barco. Luego tocamos en Puerto Príncipe, capital de Haití.




